Los que hemos pasado años sentados en los pupitres de colegios y universidades, hemos presenciado que, en la asignatura de Historia, cuando algún compañero, aburrido, preguntaba al profesor el porqué de estudiar todo eso, este respondía: «para tener cultura general», «para tener tema de conversación», o, en el mejor de los casos, «para no cometer los errores del pasado». Lo cierto es que ninguna de esas respuestas satisface, ni en aquel entonces, ni ahora, la inteligencia juvenil; ella reclama «algo más» que una explicación de progresos técnicos, pasando por las edades de piedra, bronce, hierro, vapor, electricidad y nuclear, o de la descripción de costumbres, folklore, y largos etcéteras.
Es tarea del historiador, el desentrañar ese «algo más». Pero para eso, él mismo debe estar convencido de que ese «algo más» existe.
Un gran intelectual de nuestros tiempos decía que «el problema del mundo es un problema metafísico». Y, ¿qué es la metafísica? Es la parte de la filosofía consagrada a las realidades que en ningún modo son objeto de los sentidos. La metafísica trata de los grandes problemas de la existencia y de la naturaleza de Dios, de nuestro origen y de nuestro fin.
Pues bien, una vez entendido esto, podríamos preguntarnos ¿Qué tiene que ver la metafísica con la historia? Pues una historia que no contempla el sentido de las cosas, el fin del hombre, la existencia de Dios, su Providencia, sólo puede llegar a ser un recorte de la realidad. La historia así entendida, será una simple descripción de los hechos pasados, un continuo devenir de acontecimientos que se dan como acción y reacción constantes, sin ningún sentido trascendente, estudiados como fenómenos que se desarrollan en el tiempo, con cálculos numéricos para ser científicos y ser aceptados por la «academia». Y eso que se habla mucho de las ciencias auxiliares de la historia, pero lo cierto es que la gran ausente es la filosofía, y esto se comprende pues «aceptarla equivaldría a forzar la posibilidad de planteos meta-históricos, y esto es justamente lo que se niega» (Caponnetto, p. 28).
Así vemos, que «en las configuraciones hoy preponderantes de la historia no hay sitio para el misterio, para el milagro, o las manifestaciones sobrenaturales; no hay espacio para Dios ni la Providencia, factores que si se mencionan se hacen con notorias salvedades, hasta dejar clara constancia de que se trata de alusiones extra-históricas y sin más valor que el de subjetivos testimonios, casi siempre, pretéritos» (Caponnetto, p.20).
Recuerdo que un profesor de la academia, en una ocasión, se burlaba de la clásica definición de Historia de Cicerón: «luz de la verdad, testigo del tiempo y maestra de la vida». En donde se señala el objeto formal: la verdad; la descripción cronológica y la finalidad pedagógica (Breide, p. 25). Por supuesto, este profesor no sabía cómo refutar al gran autor clásico, ¡pero así de soberbios somos los modernos!
Ya la Escuela de los Annales planteaba la redefinición de la historia, «rechazando por un lado toda filosofía de la historia, aceptando por otro, el desafío de reconstruirse partiendo de datos numerables y cuantificables, en una verdadera subordinación a lo mensurable, y reforzando, por último, la tendencia a sumergirse en el nivel de lo cotidiano, de lo ordinario de las menudencias» (Caponnetto, p.29).
No solo se vacía del verdadero sentido de la historia, sino que también, se niegan los arquetipos. Así, en las historiografías actuales no hay lugar para las grandes hazañas, pues todo tiene una explicación meramente natural, terrenal, económica o de poder. Todo hombre fue producto de su tiempo, de la coyuntura económica social, lo cual tampoco es totalmente erróneo, pero sí incompleto; y si demuestra alguna virtud excepcional, solo fue un caso anormal, pues «todos somos iguales», y «nadie es superior a nadie». Es decir, no hay héroes ni santos.
Ojo que, con esto, no estamos menospreciando a los hombres comunes, a los anónimos que con su esfuerzo y sin buscar notoriedad han hecho mucho por la sociedad. ¡Cuántos héroes y santos escondidos! Dios sabe quiénes son y les dará su recompensa. Sin embargo, lo que educa y forma los corazones juveniles es el testimonio visible de aquellos que trascendieron su tiempo, aquellos que supieron sobreponerse a las pruebas y enfrentaron con valor a las contrariedades que les tocó enfrentar.
Con esta crítica, algunos podrían pensar que nuestro trabajo no es científico, porque no sigue una línea de investigación, una metodología, etc. Y aquí habría que distinguir dos cuestiones. En primer lugar, la heurística, que significa «hallar, descubrir», lo cual se puede atribuir a la tarea de investigador, que es importante a la hora de escribir historia, pues los papeles son importantes, son un elemento constitutivo de nuestra ciencia. Pero a ella se le debe agregar la hermenéutica, es decir, la recta comprensión e interpretación. En las discusiones de historia, hay que distinguir si se trata de una cuestión de falta de documentos o si se trata de una interpretación errónea.
Nuestra tarea será intentar hacer una recta hermenéutica de la historia de nuestro país, para lo cual definiremos qué entendemos por Historia y su sentido.